miércoles, 1 de abril de 2015

¡¡NUNCA MÁS!!

   Despertó sobresaltado, rodeado de una oscuridad tan densa y pesada que daba la sensación de que le aplastaba el pecho, dificultándole la respiración. Le dolía la cabeza. Abrió los ojos todo lo que pudo, pero no consiguió ver nada más que el negro absoluto que lo envolvía. Intentó poner en práctica los ejercicios que le enseñaron en las clases de yoga que le pagaba la empresa a todos sus ejecutivos, para controlar el ritmo respiratorio. No le fue fácil, pero poco a poco empezó a subir y bajar su pecho con una cadencia que se aproximaba a la normalidad cuando, de pronto, tuvo la sensación de que algo no iba bien.
 
   Se pasó una mano por la mejilla para limpiarse unas gotas de sudor que le resbalaban desde la frente. Con las yemas de los dedos descubrió, sorprendido, que era más espesa de lo que debería ser, y un poco pegajosa. Pero le inquietaba más esa sensación de que estaba sucediendo algo anormal. O mejor dicho, no estaba sucediendo algo que debería estar pasando. Un grito sordo se ahogó en su garganta cuando descubrió de lo que se trataba.
 
   Se tocó la muñeca; después probó con el cuello. Nada. Su corazón no estaba bombeando. No notaba sus latidos. En un gesto de nerviosismo se limpió las lágrimas que empezaron a asomar entre las pestañas y rodaban ya hacia las orejas, y entonces volvió a notar un líquido viscoso en la punta de sus dedos, que bajaba desde la frente. Fue palpando, con una mezcla de temor, grima y angustia, hasta tocar una zona de su cabeza desde la que brotaba ese líquido espeso. Pudo comprobar que, justo en ese punto, la piel se hundía y, después de cortarse con algo que no podía ser otra cosa más que su cráneo fracturado, sus dedos tocaron lo que, con toda seguridad, era su cerebro, una parte del cual resbalaba por su frente.
 
   Los segundos seguían pasando pero el corazón no quería ponerse a latir. Intentó gritar pero nada salía de su boca. Haciendo un esfuerzo por vencer su desesperación, consiguió de nuevo relajar la respiración. Buscó tranquilizarse al máximo, y fue entonces cuando percibió unos sonidos que parecían venir de muy lejos, pero que a medida que atravesaban la atmósfera densa que lo envolvía, dejaban de ser ininteligibles para presentarse a sus oídos con una claridad que le heló el aliento y le paralizó nuevamente la respiración y cualquier instinto de supervivencia que le quedara en su interior.
 
   Era la voz de su mujer. Sus palabras fueron lo último que escuchó, la canción que lo acompañó hasta el más allá y que no lo abandonaría nunca:
 
   -¡Nunca más, ¿me oyes? Nunca más nos pondrás la mano encima, hijo de puta! Te permití que me insultaras, dejé que me apalearas siempre que te dio la gana, soporté que me violaras una y otra vez sin denunciarte, pero a mi hija nunca más la vas a tocar, ¿te enteras? ¡¡NUNCA MÁS!!