lunes, 9 de marzo de 2015

MAMÁ


   -Estoy muy sola.

  -¡Buenas noches, mamá!

  -Estoy muy sola, siempre aquí metida, sin salir de casa. ¿Me has escuchado?

  -Sí, mamá, te he escuchado perfectamente. Igual que esta tarde antes de irme a trabajar, y que esta mañana cuando he bajado a comprar el pan para hacerme el bocadillo... Sí te escucho, y siempre me dices las mismas cosas. Solo te quejas, me echas en cara que no te saque, que estés siempre metida aquí, como si fuera culpa mía, mamá...

  -Pero hijo, entiéndeme, soy muy mayor, y te vas y me dejas sola, y a mí me da miedo. Ya sabes que siempre he sido de salir mucho, de estar dentro de casa muy poco tiempo, el justo para limpiar, hacer la comida y poco más. Desde que murió tu padre me era imposible estar más de 2 horas seguidas dentro de casa, entre estas cuatro paredes. Sentía que me oprimía el pecho, la cabeza, todo mi ser...

  -Sí, mamá, lo sé, y de verdad que yo siempre he estado de acuerdo en que salieras a la calle a comprar, a pasear, a mirar tiendas, a sentarte en un banco del parque, a tomar un café con tus amigas, y hasta a que te fueras al teatro, al cine o a un concierto de algún músico que te gustara. Nunca te he dicho una mala palabra por ello, porque siempre me he puesto en tu lugar, y creo que a mí me habría pasado lo mismo si hubiera estado casado y mi mujer hubiera fallecido de la manera tan trágica como murió papá. Sabes que es así, y por eso no entiendo que me estés echando en cara ahora que no puedas salir...

  -Hijo, no es culpa tuya, yo lo sé, pero me asfixio aquí dentro, no puedo decir que me duela, porque sería faltar a la realidad, pero me hace sentir mal, porque me siento como una presidiaria entre las paredes sucias de su celda, sin opción de poder pisar la calle, de ver pasar a la gente, los coches, los niños cuando salen del colegio y van dándole patadas a un balón mientras sus madres les gritan que tengan cuidado de forma automática, casi sin mirarlos, hablando como cotorras con las otras madres de los compañeros de su hijo. Tú no eres el culpable, pero tengo que quejarme a alguien, y tú eres el único que veo en todo el día. Entiéndeme, creo que tengo derecho a poder salir...

  -Sí, mamá, tienes todo el derecho del mundo, no voy a ser yo el que te lo vaya a quitar, pero no puedes salir tú sola, y lo sabes. Y yo no tengo demasiado tiempo para sacarte a pasear. Trabajo más de diez horas al día, tengo que hacerme cargo de la casa, de la comida, de hacer la compra, de todos los imprevistos que surgen a diario y que tú sabes perfectamente a qué me refiero... Y encima me han nombrado presidente de la comunidad desde hace ya 4 meses, sin tener en cuenta mi situación actual, tanto la anímica como la física. Y precisamente este año se les ha ocurrido reformar la fachada. Y yo tengo que encargarme de hablar con las empresas que se dedican a este tipo de trabajos, analizar los presupuestos, hacer una criba y, después, convocar una reunión tras otra para presentar el resumen de ese análisis para que lo rechacen y tenga que volver a pedir más precios y vuelta a hacer números... Estoy harto de toda esta gente, que quieren que les hagan todo el trabajo por cuatro duros, y encima me echan a mí la culpa porque se está retrasando el inicio de las obras, cuando son ellos los que no dejan de decir que no a todos los proyectos que les presento. ¿Tú crees que me queda tiempo para algo? Y mucho menos para sacarte, que tendría que hacerlo llevándote en brazos en todo momento, y a estas horas que llego de trabajar ya no me quedan fuerzas para hacerlo. Y, ¡qué narices!, ya no son horas de salir a la calle, es de noche y hace frío...

  -¡Háblame bien que soy tu madre!

  -Perdona, mamá, pero me sacas de mis casillas con tus quejas, sin tener en cuenta por lo que estoy pasando yo. Sólo te preocupas por ti, sin importarte si yo estoy bien o no, y eso me hace hervir la sangre... Tú sabes que yo te quiero mucho, y que me vine a vivir contigo desde el siguiente día que enterramos a papá para hacerte la vida menos dura.

  -Sí, y yo te lo agradeceré siempre, pero ahora, que es cuando necesito más de tu ayuda, no me haces ni caso, me siento abandonada, como si hubieras dejado de quererme o algo así, y me...

-¡Mamá, por favor! ¿Pero cómo me dices eso, por Dios? ¿Tú crees que si no te quisiera habría seguido aquí contigo? ¿No crees que si no te quisiera como dices, yo ya me habría ido a vivir solo, sin responsabilidades de ningún tipo, disfrutando de mis casi cincuenta años? Porque aún me siento joven, mamá, pero no sé cuántos años me quedarán para empezar a encontrarme con los achaques de la edad. Pero yo decidí por mí mismo, sin ninguna presión externa, quedarme con mi madre, contigo, mamá, para que estuvieras mejor, acompañada por tu hijo, tu único hijo, porque si no estuviera yo contigo, estarías completamente sola...

  -Lo sé, hijo, lo sé, y precisamente por eso te recuerdo que ahora ya no estoy tan a gusto como tú querías cuando te viniste a vivir aquí. Y cuando te lo digo, te enfadas. Te enfadas con tu madre, la mujer que te trajo al mundo, y eso me duele, me hace sentir una mujer abandonada, que está todo el día sola mientras tú te vas a la calle dejándome aquí encerrada...

  -Mamá, de verdad, estoy ya harto de tener todos los días, a todas horas, en cuanto entro al comedor, esta conversación. No, no es una conversación, esto ya es una discusión que me altera, me pone de mala leche, mamá, porque si a ti te duele estar aquí sola, imagínate lo que me puede doler a mí el no poder hacerte sentir bien porque no tengo más tiempo para dedicártelo. ¿Entiendes eso, mamá? ¿Puedes llegar a entenderlo? No, claro, a ti lo único que te importa, lo único que entiendes, es que estás sola, ya lo sé. Lo demás no cuenta para ti. Tú eres el centro del universo, y todos tenemos que girar a tu alrededor, ¿es eso, verdad?

  No me hables así, Jesús, por favor, me estás dando miedo...

  -¿Miedo? ¿Así que ahora yo te doy miedo? Esto es el colmo, mamá... Y todo por lo mismo de siempre, me estoy cansando ya de vivir en un bucle que se repite cada día varias veces, mi cabeza está a punto de no poder soportar todo esto...

  -¿Qué estás pensando, Jesús? No me gusta esa cara que se te está poniendo...

  -¿Qué cara quieres que se me ponga, mamá, si me tienes ya hasta los mismísimos...?

  -¡Jesús! Sigo siendo tu madre, a mí me hablas bien, ¿estamos?

  -No te he hablado mal, mamá, sabes que nunca lo he hecho, ¿por qué tendría que empezar a hacerlo ahora?

  -Tú no me quieres, nunca me habías hablado así, con ese odio, con tanta rabia en tus palabras...

  -¡Venga, ahora resulta que te odio! Muy bien, mamá, no tengo ya bastante con todo lo que me estás haciendo pasar que encima le echas más leña al fuego... ¿Crees que eso sirve para algo? No me contestes, ya te lo digo yo: NO. No, mamá, no sirve para nada. Por lo menos para nada positivo, porque lo que has conseguido con esto es que ya no lo quiera soportar más.

  -¿Qué estás diciendo? ¿A qué te refieres? ¿Qué estás pensando, Jesús?, no me asustes más, por favor... Me vas a hacer llorar, Jesús...

  -Tranquila, si no voy a hacerte nada, no tengas tanto miedo. Sencillamente voy a darte el gustazo de conseguir lo que quieres, eso de lo que tanto te quejas todos los días. Mañana mismo te saco a la calle, te cargaré en mis brazos y te llevaré donde sé que te gusta.

  -...

  -¿Sorprendida, verdad? Por fin te vas a salir con la tuya, mamá, tu obsesión, tu insistencia, al final ha dado sus frutos. Tú ganas, a partir de mañana ya no vas a quejarte más...

  -Jesús, no te entiendo... ¿A qué te refieres? ¿Dónde me vas a llevar mañana? Dímelo, Jesús... Por favor, no te quedes ahí callado mirándome, que me das miedo... Tienes los ojos rojos, encendidos, puedo sentir que tu corazón se está acelerando por segundos...

  -Sí, se me acelera, es cierto. Pero no te preocupes, es porque acabo de encontrar la solución a todo esto, una buena solución. Para ti y para mí. Todos nos quedaremos contentos...

  -¿Vas a meterme en una residencia, no es eso?

  -Mamá, por favor, sabes que no puedes estar en una residencia. No te aceptarían en ninguna en las condiciones en las que estás. No, es algo mucho mejor, ya lo verás mañana...

  -¡Te exijo, como madre tuya que soy, que me digas qué estás pensando hacer conmigo!

  -Está bien, no me grites, no es nada malo, ya lo verás...

  -¡DÍMELO!

  -Vale, te lo voy a decir. ¿Recuerdas que siempre has hablado de aquella vez que fuisteis papá y tú a aquel apartamento que estaba frente al mar y que para ti sería un sueño poder vivir allí?

  -Sí, lo recuerdo, pero...

  -Pues eso es lo que voy a hacer.

  -¿Vas a comprar un apartamento en la playa?

  -Jajajajajajajajaja... Mamá, al final me has hecho reír. No, con mi sueldo no tendría ni para pagar un alquiler. No, madre, no. Lo que voy a hacer es llevarte a un lugar donde estés siempre viendo el mar, en contacto con la brisa marina, disfrutando de ese ambiente marinero que tanto echas de menos desde aquel día.

  -No comprendo...

  -No le des más vueltas, mamá, mañana saldrás de dudas. Me voy a dormir. Mañana te llevaré a ese lugar que te hará muy feliz. Buenas noches, mamá.

  -Jesús, no me dejes aquí sola, entre estas cuatro paredes. Me encuentro abandonada, siempre sola, mientras tú te vas constantemente a cualquier sitio con tal de no estar conmigo, y sabes que...

  -¿Mamá, no empieces otra vez con lo mismo, por favor! Me voy a la cama, a dormir. Estoy cansado, he trabajado un montón de horas y no es culpa mía que tú no duermas. Yo necesito, al menos, cuatro horas de sueño, si no mañana no estaré ni para salir de la cama. Llevo mucho cansancio acumulado, necesito descansar un poco. Por favor, dejemos aquí la discusión, no tengo el cuerpo para volver a empezar de nuevo... ¡Buenas noches! Hasta mañana, mamá, te quiero mucho.

  -Sí, sí, mucho "te quiero", mucho "te quiero", pero tú te vuelves a ir y yo me quedo una vez más aquí sola, sin poder moverme, sin ver la luz de la calle, encerrada como si estuviera en la cárcel, como si no hubiera nadie que se quisiera encargar de mí, completamente abandonada, sumida en un silencio que no puedo soportar, envuelta en una oscuridad que no deseo... Jesús, por favor... ¿Jesús?... ¿Jesús, estás ahí?... ¿Te has ido a dormir ya? ...Otra vez me has dejado sola, mal hijo, no me quieres, no me mientas...

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  Al día siguiente, Jesús se levantó después de dormir apenas cuatro horas, se aseó un poco e hizo lo posible por despejarse al máximo, porque esa mañana iba a ser especial. A lo lejos escuchaba las quejas interminables de su madre. Se vistió de una forma más elegante de lo que habitualmente solía hacer, porque la ocasión lo merecía.

  Y entró en el comedor, haciendo oídos sordos a las repetitivas quejas de su madre, que hacía ya varios meses que no dejaba de repetir a todas horas. Se dirigió a la estantería que estaba llena de figuritas de recuerdos de un montón de lugares que habían ido comprando sus padres cuando eran jóvenes y aún estaban juntos. En el centro, pulcramente limpia, había una urna de cerámica. La cogió, dijo -¡Vámonos, mamá, ya ha llegado el momento de que salgas de casa! - y se dirigió a la estación del tren para ir a la playa.



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